Y RECUERDO

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Rodrigo descansando, algunos cientos de metros abajo de la cumbre, cuando los cielos se volvieron a abrir

¿Qué queda después de la cima, sino el vacío?

Puede parecer increíble, pero eso es lo que recuerdo haber estado pensando en aquellos breves momentos en que estuvimos tocando el cielo.

El clima estaba cerrado y nuestra historia estaba terminada, pero ninguno de lo dos hicimos gesto de apuro alguno para comenzar el descenso. Estábamos exhaustos, y yo podría haber estado maldiciendo, o recordando a los que habían sido esenciales. Pero no. Mi cabeza de maní siempre se ha mandado sola y en esos instantes, que sabía que jamás nunca volverían a repetirse, reflexionaba. En paz y con sereno agradecimiento. Especialmente por Rodrigo.

Recuerdo haber estado mirando fijamente los copos de nieve, que venían a estrellarse sobre mi chaqueta, sin derretirse. Lo que significaba que debería estar haciendo más frío del que creíamos.

Vamos Hermano. ¿Me escuchas? Es tiempo. Debemos bajar. Nada es para siempre. Los años vendrán, los hijos también, pero nunca olvidaremos estos minutos aquí, ¿cierto? Ven, vamos, juntos.

Comenzamos a bajar lentamente. Tras dar diez pasos me sentí tan mortalmente cansado que tuve que sentarme en la nieve a descansar. Y otra vez. Y otra. A Rodrigo le comenzó a pasar lo mismo. Cinco pasos y sentarse. Nuestras piernas no respondían. Todo ocurriendo rodeados de una nevada cerrada, pero sin viento.

Las secuencias de caminar y sentarse continuaron. Pero no había pánico, ni preocupación.  Con un poco de disciplina, los períodos fueron alargándose, y con cada metro descendido, aumentaba, al menos ilusoriamente, la densidad de ese vacío aire que nos había golpeado tanto.

Una hora después los cielos comenzaron a abrirse de nuevo. Dejó de precipitar, hubo algo de brisa, y los moribundos rayos del sol se abrieron camino mostrando el regreso a casa. Era todo lo que necesitábamos. No podíamos fallar. Sobreviviríamos.

Otro momento de la bajada, a 7.840 metros de altitud.

Recuerdo que esos instantes coincidieron además con el momento en que llegamos adonde previamente en la mañana habíamos enlazado la ruta normal, viniendo desde nuestro error. Al mirar derecho hacia abajo, siguiendo el rastro de basura y cuerdas viejas, era cómo obvio que si las seguíamos llegaríamos al Campo III… tal vez.

Pero no. Más vale busto conocido que operado. Así es que sin preguntarle nada a Rodrigo, seguí el mismo camino de venida. Total, cómo al final de cuentas no habíamos usado GPS, me lo sabía de memoria y no tenía temor de perderme.

Recuerdo que no había ruido. Era silencio. Sólo interrumpido por el furioso reclamo de los crampones al pisar rocas y lajas. Éramos parte de la perfecta sintonía, el tándem perfecto. Admitirse, quererse, reconocerse; engranaje perfecto. Nacidos para escalar.

Dos horas después de iniciar el descenso, estuvimos de nuevo en la maldita banda amarilla. Aquí Rodrigo, justo al estar rapeleando, resbaló contra el diedro con fuerza, se golpeó y quebró su grampón derecho, dejándolo inútil. De alguna forma se las arregló para bajar las empinadas laderas de nieve y hielo que seguían hacia abajo, siguiéndome.

Recuerdo haberle sacado un poco de ventaja y haber llegado primero al Campo III, donde había algunos rapeles armados. Y luego haber llegado primero a nuestra carpa, con los últimos rayos del sol. Recuerdo haber tenido sed infinita. Insaciable. La cocinilla pronto estuvo funcionando, pero la nieve no alcanzaba a derretirse y yo ya me la zampaba. Era superior a mí. No podía controlarlo. Pero con Rodrigo fue distinto; llegó, se hidrató algo, pero estaba tan cansado, que no quiso comer nada y se quedó inmediatamente dormido en su bolsa de dormir.

Todo ha terminado y los chilenos llegan al Base indemne, tras 40 días de expedición. En la fotografía junto a la escaladora mexicana Eva Martínez.

Al día siguiente, desarmamos campamento y sin dejar nada, ni siquiera la basura, nos fuimos. Recuerdo que el cansancio era peor y que casi me morí al subir una lomita de 15 metros que se interponía en la huella de bajada. Sí, también recuerdo que pasamos por el Campo I y que también lo desarmamos. Y que luego la marcha sobre el acarreo y la larga y solitaria morrena final se hizo más eterna que día de colegio.

Recuerdo que llegamos al Base con las últimas luces. Y que Eva corrió a abrazarnos con lágrimas en los ojos. Y que me inundó una sensación nueva que casi me hizo llorar. Que Rodrigo también. Y que nada importó después de eso.

Y recuerdo que este es casi el final de la historia.

Rodrigo Fica.

Fuente: La Segunda