K2: El final del Juego

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Lo que ocurrió esta temporada invernal en el K2 es bastante peculiar. Quizás porque la temporada 2020 estuvo prácticamente cerrada para los ochomilistas y por necesidades económicas, Seven Summit Treks organizó una expedición invernal a la montaña más letal del Himalaya.

Y así concurrieron a ella decenas de escaladores seducidos además con una primera invernal a la montaña de las montañas. Con toda la parafernalia que acompaña y una expedición comercial: porteadores de altura, cuerdas fijas y obviamente mucho oxígeno envasado.

Pero un desafío de tamaña magnitud solo debiera estar destinado para los más grandes. Y no es mi intención menospreciar a nadie pero debemos entender el enorme desafío no solo para la agencia sino para los propios escaladores.

Mingma Tenzi Sherpa levanta la bandera nepalí en la cumbre del K2 al atardecer. Foto cortesía MT Sherpa

En este contexto estaban allá montañistas de diversa experiencia y capacidades. Entre ellos los ya tristemente conocidos John Snorri, Muhammad Ali Sadpara, el mejor montañista que haya visto nacer Pakistán y quien fuera contratado por Snorri como soporte para intentar la cumbre, Sergio Mingote, Juan Pablo Mohr, quienes ya se conocían desde el Dhaulagiri, más la enorme variedad de nacionalidades. Y los escaladores sherpas.

Y lo que ocurrió allá fue contra todo pronóstico. El 16 de enero 10 escaladores de esta etnia conocida desde hace ya décadas por su enorme aguante y capacidad física, logran la primera invernal en un solo envión. Increíble.

Aprovechando una extraordinaria ventana de buen tiempo hicieron lo suyo. Al parecer uno de ellos sin ayuda de O2. Admirable.

Pero aún quedaba temporada decían los más ambiciosos y avezados, que no se daban por vencidos y esperaban su oportunidad.

En el intertanto dos lamentables muertes, algo ya común en esta montaña. Se nos va el búlgaro Atanas Skatov y el español Sergio Mingote, en días separados pero en circunstancias parecidas (mientras descienden del campo 3).

La difícil sección del Cuello de Botella a 8300 metros en el K2

Pero esto lejos de desalentar a Juan Pablo, lo animó aún más. Lograr su sexta cumbre himaláyica, en invierno y sin oxígeno, sería algo épico, extraordinario. Y a la memoria de su amigo y compañero de aventuras.

Haciendo cordada con Tamara Lunger, decidieron que una pequeña ventana de día y medio sería su oportunidad. Y no sólo ellos, sino una veintena de montañistas que se encontraban en la misma situación, tras semanas de espera soportando las gélidas temperaturas en el campo base y en la tarea de ir aclimatándose en la montaña.

Así fue como se llega a la noche del jueves 4 de febrero a unos 7300 metros en el Campo 3. Lugar que sería del ataque de cumbre, ya que nunca se logró montar y fijar cuerdas hacia el campamento del hombro (7800 m).

Y algo no muy extraño en estas montañas que son acosadas año a año por himalayistas y rompe records, pero si inédito para las condiciones absolutamente extremas de una montaña como ésta en invierno. Sólo 3 carpas debieron aguantar a quienes posiblemente pasaron la peor noche de sus vidas y en las peores condiciones que un montañista debiera aguantar antes de un ataque de cumbre. Sin dormir y apenas pudiendo hidratarte, pasaron la noche hasta 7 personas en una carpa de 3 plazas.

Entiendo que Juan Pablo no corrió esta suerte ya que con Tamara, quien ya había desistido de su intento de cumbre, a pesar de la multitud, pudieron pasar la noche en su carpa para dos.

En la madrugada del 5 de febrero, el impulso enérgico y temerario de cumbre sólo fue de Juan Pablo, John Snorri junto a su guía Ali Sadpara y su hijo Sajid. Los últimos con el apoyo de oxígeno y el chileno a puro pulmón, siendo fiel a su estilo.

Las empinadas y vertiginosas secciones hacia la cumbre

De aquí en adelante es historia tristemente conocida. Sajid Sadpara desiste a unos 8200 metros antes de ingresar al crux de la ruta, el cuello de botella. Una barrera de seracs que deben superar para alcanzar su sueño.

Fue la última vez que se les vio vivos.

Lo más triste es que es probable jamás sepamos qué les ocurrió. La caída a una grieta, un desprendimiento de seracs o una avalancha. O haber sucumbido por la fatiga, la hipoxia y el frío. O un incidente que derivó en tragedia…. No se puede desechar ninguna hipótesis. Pero si no se encuentran los cuerpos, que quizás estarán enterrados y pegados a la nieve y el hielo en un lugar donde difícilmente alguien tendrá fuerzas para una evacuación, nunca sabremos el desenlace de tan triste relato.

En el intertanto pasan los días, las semanas, se despliega un inédito, enorme y extremo operativo de búsqueda, mientras la montaña observa impávida e indiferente.

Arden los medios y las redes sociales por el mundo entero. En nuestro país caen las lágrimas del desconsuelo y la desazón. Se nos fue un joven y talentoso escalador que quiso llegar tan alto como sus sueños.

El montañismo extremo es un juego que a ratos parece absurdo, tan absurdo como equilibrar el impulso temerario de la cumbre con la prudencia. La lucidez de saber cuándo se debe dar la vuelta, tan solo para sobrevivir y tener la opción de volver a intentarlo. Y aunque ninguna cumbre en el mundo debiera valer tanto como una vida, las estadísticas en el K2 nos dicen precisamente lo contrario: Este invierno 10 escaladores lograron la cumbre y 5 la pagaron con su vida.

Fotos cortesía Revista ALP

Rodrigo Echeverría B.