LA VIDA ES SUEÑO

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Ha llegado el momento de decir adiós.

Instantes que se hacen embarazosos y limitados para poder expresar todo lo que quisiéramos. ¿Cómo podríamos además? Si incluso a nosotros mismos nos tomará meses terminar de asimilar y entender lo ocurrido. Proceso necesario para poder luego desde ahí intentar construir más y mejor.

En fin, ¿por dónde partir?

Quizás primero decir ¡GRACIAS! A todos y cada uno de ustedes por su interés, apoyo y/o amor (según corresponda). Y esperamos que en los tiempos por venir nuestro agradecimiento se pueda ver reflejado de formas más concretas, como una manera de demostrarles que de verdad el apoyo que nos manifestaron fue fundamental para torcer el curso de los eventos.

También sería bueno insistir ahora, para evitar malos entendidos y dar la perspectiva apropiada a las cosas, es que, no importando cuánto mérito haya tenido lo que hicimos, al final del día, fallamos. Claro, si gustan pueden darle otro rótulo, o buscar sinónimos apropiados, pero no debemos perder de vista que no cumplimos nuestro objetivo: escalar la vía normal al Cho-Oyu. Eso es lo que queríamos; y no lo obtuvimos.

Vivimos en una época donde, por falta de cultura deportiva, por presión de los medios y/o auspiciadores, y también por la ególatra y torpe costumbre de los montañistas por mostrarse infalibles, prácticamente todas las escaladas que se llevan a cabo se muestran con éxito una vez que acaban (a pesar que algunas de ellas llegan a ser risiblemente incompletas). Tal actitud es un error, pues hay que admitir los fracasos cuando corresponde, luego de lo cual, si gustan, entonces sí es posible hacer espacio para la alabanza, el cariño y las cosas positivas.

Por eso insistimos. No subimos el Cho-Oyu. Fallamos. Que tampoco el recorrido inédito que hicimos da para catalogarla como ruta o variante nueva (especialmente porque no nació fruto de una decisión consciente previa), ni tampoco ésta era lo suficientemente difícil como para considerarla técnica para los exigentes estándares mundiales actuales (a pesar que sí hubo varias partes en que hubo que esmerarse bastante).

Dicho eso, pues hombre, claro que nos jugamos el pellejo. Y que casi todos los méritos nuestros se derivaron del hecho que, por obra y gracia del destino, todo se fue dando en contra nuestra. No vale la pena repetir ahora todo lo ocurrido anteriormente (para eso están los reportes), pero tampoco debemos olvidarlos, pues fueron las causas últimas y primeras de nuestro “fracaso”.

Y a pesar de todo, oh Dios tan cerca de ti, casi lo hicimos. Casi. Tan, pero tan cerca, faltando tan poco, que no pasará día de mi vida que no me deje de preguntar que hubiera pasado si hubiéramos podido instalar el campo III, o si el GPS hubiera funcionado, o si no nos hubiéramos equivocado, o si hubiéramos forzado un poco más la marcha… O si no nos hubiéramos devuelto.

Pero, tras el dolor de la derrota, vino la magia. Por alguna extraña razón, comenzamos a recibir muestras de respeto por lo hecho. Casi como que hubiéramos hecho cumbre. ¿Y por qué? ¿Qué hicimos para merecer el privilegio del cariño público? ¿Si fallamos?

Bueno, creo que, por un lado, la gente fue capaz de alguna manera de darse cuenta que estábamos haciendo la cosa real, por alpinistas de verdad; no actores vestidos a última hora buscando fama fácil y que apenas son capaces de hacerse un nudo. Que explica también algo del asombro por ver que dos chilenos eran capaces de desenvolverse por sobre 7.500 metros como si fueran sherpas, moviéndose en terreno complicado, sin complicarse con las cuerdas, siendo capaces de escalar e improvisar tanto como fuera necesario para regresar a casa. Y eso sin sacar todavía a colación que Rodrigo se dio maña para llevar los esquís hasta el campo base, descenso que si no pudo hacer al final fue nada más porque el cerro estaba demasiado seco. Sino, habría habido más material para la leyenda aún.

Pero esa es sólo la mitad de la historia. Evidentemente ayudó también a que nuestro intento se dio justo en un instante en que la masificación del Himalayismo ha hecho crisis. Por eso es que no dejaron implícitamente de compararse nuestras imágenes con las de aquellos centenares de “escaladores” que hacían cola como ovejas para subir en el Everest. Lamentablemente, en el Cho-Oyu, y esto es algo que preferimos omitir en nuestros reportes, fuimos testigos de actitudes que, guardando las proporciones dado que había muy poca gente, también van en la dirección de la falta de ética o derechamente en lo repudiable. Pero de eso, hablaremos otro día.

En rigor, tras los eventos relatados en la última columna, permanecimos un día completo en el ABC antes de comenzar el descenso, día del cual recuerdo sólo dos cosas: habérmelo dormido todo y que Rodrigo comió poco o nada. Al día siguiente iniciamos una marcha de descenso donde caminamos lastimosamente y apenas parábamos a descansar, nos quedábamos dormidos. Llegamos a tiempo a tomar unos jeeps y luego iniciamos el largo descenso del plateau tibetano, uno que terminó al día siguiente, 5.000 metros más abajo, en Katmandú. Huelga decir que cuando llegamos a Nepal, había de nuevo… huelga.

Tuvimos tres días en esta ciudad para arreglar nuestras cosas pero se hizo poco, en parte porque Rodrigo tuvo un pésimo re-ingreso a la baja atmósfera. Ya en las ciudades tibetanas comenzó a sentir debilidad estomacal, y luego en Katmandú se sumó todo: el relajo, el cambio de ritmo y el cansancio, uno derivado de los 8 kilos de peso que perdió en la expedición. En parte, esa fue la razón que yo haya tomado protagonismo al escribir las últimas columnas, pues Rodrigo quedó emocionalmente exhausto tras la experiencia y no tuvo el ánimo, la prestancia o la energía para escribir una simple carta a nadie. De hecho, no escribió ninguna.

Fica, elegantemente durmiendo en… da lo mismo.

El caso mío, más bien se prestó para la risa: comencé a quedarme dormido en todas partes. Salí tan cansado que bastaba que me detuviera 5 minutos en algo, ya sea en un auto, una caminata o el banco de una plaza, y me quedaba dormido. A veces por horas. Fue tanto que en algún momento Rodrigo me dijo: “Nunca había visto que alguien durmiera tanto”. El problema, en todo caso, no ha parado, y aún hoy, ahora, que escribo desde el Sahara, me sigo quedando dormido en cuanto lugar me pongan por delante. Asumo que algún día se quitara.

Así como llegamos nos fuimos de Nepal y el Himalaya; un 24 de mayo, 52 días después de haber arribado. El viaje fue sin incidentes esta vez, salvo el horroroso stop-over en Delhi, con sus 50 grados de temperatura nocturna. Llegamos a Milán en una tibia tarde de viernes de fines de mayo, momento que marcaba además, nuestro adiós, pues nuestras vidas tomaban rumbos opuestos.

¿Cómo describir esa despedida final? ¿Cómo intentar decir algo pertinente? ¿Qué se puede agregar a lo ya dicho?

Rodrigo Echeverria, Rodrigo Fica

Pues, no sé. Ahí estábamos los dos, figuras delgadas y magras, parados en un vacío terminal aeronáutico, todavía no entendiendo el verdadero significado de haber ido allá lejos, allá arriba, donde los verdaderos valores surgen.

Se los dejó a vuestra imaginación.

Rodrigo Fica.

Fuente: La Segunda

1 COMENTARIO

  1. La verdad no sé bien qué quiero decir, ni cómo…La palabra fracaso no me gusta en todo caso. Nunca me ha gustado. Y yo no siento que lo de ustedes haya sido eso, pero está bien, ustedes son los protagonistas de su historia y yo no soy nadie para ponerle palabras a lo que sienten.
    Sólo quiero decir que siento orgullo de lo que hicieron. Que espero que Rodrigo Echeverría se recupere pronto, que le mando un abrazote grande grande y que lo quiero mucho.
    Les dejo unas palabras de Osho que encontré por ahí…Me parecieron pertinentes para este momento:

    “Si conoces el camino, conoces la meta, ya que la meta no se encuentra precisamente al final del camino, sino que está a todo lo largo de él: en cada momento y en cada paso, ahí esta la meta. No es que tú alcances la meta cuando llegas al final del camino, en todo instante, te encuentres donde te encuentres, si estás en el camino, estás en la meta.”

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