“Escalaba hacia la cumbre del K2, junto con mi amigo el escalador sueco Fredrik Ericsson. Estábamos a 8.300 metros, cerca, muy cerca. El tiempo estaba espléndido. Sería mi decimocuarta y última montaña de ocho mil metros que escalaría sin el uso de oxígeno…
Y repentinamente mi compañero cayó, cayó más de mil metros por la vertiginosa y gigantesca pared que intentábamos coronar, para perderse para siempre en la montaña….”
Es un relato sobrecogedor de una de las más fuertes montañistas que haya conocido. Y cuando dijo “fuerte” lo expreso en el más amplio sentido de la palabra.
Hay quienes frente a una situación así reaccionarían con la depresión, incluso con el suicidio. Y quizás en este caso no fue la excepción, pues tras una ceremonia funeraria en honor de Fredrik en el campo base de K2, y ya de vuelta en su Austria natal, Gerlinde sumida en la depresión, se cuestionaría el continuar con esta loca carrera y el altísimo costo que estaba pagando.
Historias como esta no son pocas. Mientras la escuchaba en su presentación que nos la trago el Banff Mountain Film Festival (un abrazo Patrick), recordaba otras epopeyas que terminarían también en tragedia: como la de la escaladora Polaca Wanda Rutkiewicz en el Kangchenjunga (8,586 metros), que se perdió para siempre dejándonos con la incógnita de la cumbre, o la del grandioso entre grandes Jerzy Kukuczka (Jurek para los amigos, QEPD), cuando bajando de la increíble ruta que abrió en la cara sur del mismo K2 “la montaña asesina” junto con su cordada Tadeusz Piotrowski, lo ve caer a su muerte cuando descendían de la cumbre, exhaustos, por la ruta normal…
Es que en estas enormes montañas y rutas extremas, el éxito y el fracaso son parte de la misma cosa.
Pero la historia de Gerlinde y los ochomiles no terminaría aquí…. en 2011 retomaría la senda para coronar sus sueños.
Así llegaría en su séptimo intento y con “hambre de cumbre”. Con un equipo de escaladores de primer nivel (6), intentarían esta vez entrar por China y escalar el “estratosférico” Filo Norte. Montada en camellos, en una larguísima y desolada marcha de aproximación, establecerían el ABC (Advance Base Camp) a 4.700 metros de altitud y a “10 kilómetros” del pie de ruta.
En un esfuerzo digno de admiración, lucharon incansablemente por arrebatarle cada metro a la cara norte durante casi 2 meses, esfuerzos que se vieron interrumpidos sólo por 14 días con intensas nevadas que taparían la ruta con nieve fresca y riesgo de avalancha.
Luego de un larguísimo intento de cumbre, que los retrasa varios días debido a la nieve acumulada en la ruta, que además fuerza la retirada temprana de 2 escaladores dado el tremendo esfuerzo y riesgo que involucraba este ascenso, estando a punto de emprender la retirada sobre los 8 mil metros por las peligrosas condiciones y riesgo de avalancha, desde el campo base les informan que se viene un día de excelentes condiciones climáticas.
Así deciden continuar, aunque son obligados a establecer un vivac a 8.300 metros de altitud, a pesar de la liviandad del aire y la escases de alimentos.
Al día siguiente, 23 de agosto a las 18:18 hora local, esta mujer-máquina arriba a la cumbre de la montaña más maravillosa, extenuante y peligrosa que alguna vez escaló. A los 40 minutos arriban sus compañeros los Kazakos Maxut Zhumayev, Vassily Pivtsov y el polaco Darek Zaluski. Juntos comparten el atardecer de sus vidas observando cordilleras tan lejanas como el mismísimo Nanga Parbat.
Como ella misma relata “…Sentía el instinto que esta sería nuestra expedición, que este era el grupo y esta era la ruta que debíamos escalar, no importa cuán dura sea, sentía que íbamos a lograrlo…”
Finalmente, relata emocionada “tuve tantos minutos de paz, sola en la cumbre…” evocando quizás los tremendos recuerdos en este recorrido de 13 años en tierra de gigantes….
Ese instinto de mujer, es sentido de admirar la belleza de una elegante línea que te eleva por sobre las nubes, donde ya no valen las bajezas ni el ego, sólo el compromiso, el esfuerzo y la camaradería.
Y así como en el Makalu, el año 2001, cuando tuvimos la oportunidad de conocerla y coronarla como “Miss Makalu”, por su belleza, fortaleza y simpatía, ahora y quizás sin saberlo, llega a mostrarnos su verdadera corona, su reino, el que se sitúa donde sólo te lleva la más grande ambición humana de contemplar el mundo desde lo más alto.
Esta corona no es efímera, sino que se funde en la más intensa de las experiencias que un hombre o una mujer pueda experimentar, la experiencia de la vida cuando la recorres con la muerte a tu lado.
Un abrazo,
Rodrigo Echeverría B.