Riders on the Storm (bis)
Into this house we´re born / Into this world we´re thrown
Like a dog without a bone / An actor out alone
Riders on the Storm
THE DOORS
Háblame de milagros
Príncipe Valiente había caído. Muchos metros. 200 ¿? Quizás más. Cayó rebotando como una pelota en las inclinadas placas de roca de la torre Norte del Paine.
La peor pesadilla estaba ocurriendo. Ahora. Sin embargo, estaba vivo. Solo que ésta, de aquí en adelante, dependía de cuán rápido pudiese ser rescatado.
Estábamos absolutamente solos. Solos frente a la inmensidad del valle del Silencio. Ahora más silencioso que nunca.
Luego de improvisar un anclaje y sin poder ofrecerle nada, ni siquiera agua. Ya veníamos de un vivac a pelo, muy cerca de la cumbre. Sin abrigo, sin comida, sin nada para tomar. Fatigados, sedientos. Tenía que bajar a pedir ayuda. Urgente. Correr hacia el campamento del bosque, muchas horas más abajo. Llegar lo antes posible. Esperar un milagro.
De ahí recorrer el “Valle del Silencio” completo para arribar al campamento Torres antes del anochecer, donde esperaba encontrar amigos a quién recurrir para la ayuda.
Ya eran las 2 pm, y en ese minuto me di cuenta con horror, que su vida dependía de lo rápido que pudiese bajar por auxilio.
Aún quedaban horas de luz. Y mi cordada ya había perdido mucha sangre.
(Parte II)
Desescalé con mucho susto y extrema precaución. Hasta que logré llegar al valle. Vi restos del campamento de los americanos. Al lado un bidón azul. Agua, pensé.
Corrí, tomé el bidón y sin pensar me lo empiné. Era bencina.
Escupí, me limpié la boca y a los pocos segundos comencé a correr una verdadera maratón. La adrenalina en mis venas me permitió romper todos los récords conocidos y posiblemente en una hora y algo llegué al campamento Torres. Ahí ocurrió el segundo milagro.
Un grupo de escaladores de elite estaban allí: Italianos, americano, chilenos. Los voy a nombrar pues si mi amigo vive es gracias a ellos. Alessandro Angelini, Giancarlo Polacci, Luigi Borghesi, Eli Helmuth, Darío Arancibia, Carlos Fuentes (qepd), Juan Sebastián Montes. Todos escaladores. 7 en total. Y, por si fuera poco, uno de los italianos era médico.
Apenas los vi, no dude en gritarles: El Ricky se cayó!!!!!!
El Rescate I
En menos de media hora, los muchachos hicieron mochilas con toda suerte de ferretería de escalada, cuerdas, palos para improvisar una camilla. De todo menos comida, obviamente.
Tenía la intención de seguir con ellos, pero me aconsejaron quedarme en el campamento y tomar fuerzas. Subiría muy temprano al día siguiente.
Afortunadamente, Eli, el escalador americano, ya conocía la ruta de subida, donde Príncipe Valiente debía estar. Había abierto hace pocos días un itinerario en la pared oeste de la Torre Norte, “Taller del Sol”.
La noticia se expandió en todo el Parque como fuego en pasto seco. Algunos guardaparques, sin ninguna experiencia en montaña, pero con la genuina intención de ayudar, subieron en la madrugada siguiente al campamento, desde la Laguna Amarga. Portaban una camilla.
Ahí me enteré que Pepe Marusic, quien administraba en esa época el Camping de las Torres (muy amigo de todos los escaladores ya que proporcionaba ayuda, logística y caballos), se apersonó el mismo, y con una radio (imagino de los guardaparques), estuvo tramitando extensamente con carabineros de chile, un helicóptero para rescatar al accidentado.
Muchísimos años pasaron y me lo volvería a encontrar, esta vez en Punta Arenas, en un refugio perdido detrás del “Andino”. Muy a su estilo. Mirándome con esos ojos profundos y su barba florida, me confesó: “Ricardo está vivo gracias a mí”.
Había insistido hasta el cansancio por la radio frecuencia, hasta lograr que “liberaran” un helicóptero para el rescate. Imagino le costó hacerle entender a las autoridades, la magnitud de la tragedia.
Esa misma tarde, ya casi anocheciendo, el grupo de escaladores llegaría donde Príncipe Valiente, pudiendo suministrarle los primeros auxilios…. y agua.
Una mañana de esperanza
A la mañana siguiente, muy temprano, y como si fuera poco, aparecieron en el campamento media docena de escaladores. Recuerdo al nacional Gonzalo Puga y el equipo de británicos que también habían escalado la Torre Norte. Todos juntos, guardaparques y camilla incluidos, subimos raudos por el valle, dejando atrás el campamento japonés, el bosque, para adentrarnos por el sendero que recorre el pedregal, la morrena y luego la base de las Torres.
Recuerdo patente uno de los británicos me mira y me dice:
- Are you OK??
- Le respondo, quizás sin tanta convicción y en mi mejor inglés: I think so.
- You look terrible.
Esa aseveración, tan categórica, me hizo pensar, años después, lo cansado y apesadumbrado que uno podría estar, sin siquiera darse cuenta.
Subimos hacia los slabs (placas de roca semi tumbadas) por el terreno lateral, que era más seguro, para ganar altura e ir al encuentro del equipo de rescate y mi malogrado amigo. Uno de ellos me enseño, de pasada, el sitio donde alguna vez estuvo la famosa “Caja Whillans” (campamento británico, en honor a Don Whillans, uno de los primeros ascensionistas de la Torre Central), que un italiano corregía “Monzino”!! (primeros ascensionistas italianos de la Torre Norte, y que usaron el mismo lugar de campamento para atacar las torres, con algunos años de diferencia).
Bastante más arriba, por fin el re encuentro con Ricardo. Encamillado con palos y cuerdas, metido en mi saco de dormir (que los rescatistas habían recogido en el camino). A pesar de sus graves lesiones y la sangre que había perdido, que de alguna forma habían logrado contener, lo recuerdo con un increíble buen humor. Estaba absolutamente drogado con la dosis de morfina que le había suministrado el médico – escalador (más encima era anestesista).
Entre medio de anclajes a la roca, pasamanos y guías, y realizando maniobras extremadamente delicadas en un empinado terreno, lo pusimos en la camilla. A la par intentando trasportarlo a algún lugar lo más “apropiado” para la maniobra del helicóptero. Subirlo y que se lo lleve “directo” a un hospital en Punta Arenas. Así debía terminar a historia.
El Rescate II
Repentinamente se escuchó, a lo lejos, el característico sonido del “pájaro volador”. Realizó un primer sobre vuelo recorriendo los empinados contrafuertes de las Torres, mientras improvisábamos una “pista de aterrizaje”.
El piloto, que a la larga se convertiría en el “héroe de la jornada”, se bajó del aparato y nos explicó que la operación sería extremadamente delicada. Arriba debían hacer una especie de “plataforma”, en el lugar más “plano” que se pudiese, para permitir al aparato “posicionarse”, al menos con un patín por algunos segundos. Cualquier perturbación, ráfaga o desconcentración, y el desastre sería mayor.
Afortunadamente, el día estaba calmo. Más milagros.
Arriba, chilenos e italianos tomaban la iniciativa.
Luego de un tercer intento, el avezado piloto logró acercarse, posar un patín mientras el aspa giraba a escasos metros de la ladera rocosa. De alguna forma, en pocos, pero eternos segundos, dos valientes escaladores lograron meterlo en el helicóptero, con ayuda de la tripulación, que consistía en un periodista que se había “colado” en el viaje para cubrir la noticia (que sería portada del diario El Austral al día siguiente).
BRRRRRRRRAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA…..Se alejó raudo y una sensación de alivio afloró en el grupo.
En menos de dos horas, parada en la carretera a cargar combustible incluida, Príncipe Valiente arribaría a la Clínica Magallanes. Mareos, vómitos durante el viaje. Pero viviría.
Una vez arribado al centro médico de Punta Arenas, se iría directo a pabellón. Varias semanas internado y al menos 3 operaciones adicionales para “recomponerle” ambas piernas (más otras 3 intervenciones en la capital), tendría que esperar antes de ser trasladado a su Santiago natal.
EPÍLOGO
Años de recuperación, más una séptima operación forzada le permitirían retomar su vida. Sus estudios. Incluso su pasión por la montaña.
¿Volvería a escalar? Si, algo, pero……. no volvería a cargar una mochila. En definitiva, mutó su vida deportiva hacia la bicicleta de montaña. Donde yo también le seguiría.
Años más tarde, conoció a su mujer, se casó y formó una hermosa familia.
Aun así, nunca ha dejado de mirar las paredes de roca de monte que se le cruce, sin buscarle alguna línea de escalada.
De los otros dos, Anticristo, con los años, se dedicó de lleno al montañismo y la escalada. Se convertía, además, en el autor de literatura de montaña más prolífico del país.
Y el que escribe… bueno…. Tengo el privilegio de mirar por la ventana de mi casa una de las paredes de roca más hermosas de los andes centrales. Esa misma donde se fraguó esta aventura varios años antes. La Pared Sur del San Gabriel.
Y aunque ha pasado mucho, mucho tiempo, nos sigue uniendo esta pasión, absurda o incomprensible para algunos, pero incondicional para nosotros. Por la montaña, en todas sus facetas.
Antes de despedirme, quiero agradecer sinceramente a quienes me leen. Hace mucho quería compartir esta historia, ocurrida un verano en Patagonia. La tenía guardada en mi memoria, hace casi 30 años.
Abrazos.
Rodrigo Echeverría B.
Créditos fotos: Ricardo Dorado / Rodrigo Echeverría / Darío Arancibia /
Giancarlo Polacci
Agradecimientos: Libro “La Esclavitud del Miedo” – Autor: Rodrigo Fica (2016)