Amanecía y el cansancio se hacía sentir. Una tenue luz iluminaba hacia Chile y los rayos de sol comenzaba a iluminar el lago Chungará, que con su color azulino daba los primeros indicios del bello día que comenzaba a nacer. Los Payachatas se veían pequeños, como dos lunares que adornaban la vista al horizonte. El cielo estaba limpio de nubes y soplaba una suave y fresca brisa.
Pero aún faltaba mucho para la cumbre.
Un empinado canalón de hielo nos lleva a un expuesto filo que nos comunica con el enorme cono cimero. Nos detuvimos unos minutos para descansar. Hacía frío. Carlos mira su termómetro, 15 grados bajo cero y ya estábamos a 6.000 metros.
“Sólo nos quedan 600 m para la cumbre. Pero queda lo peor”.
Debíamos recorrer una extensa rampa de hielo de 50 grados antes de la cima. Busco mi cantimplora y encuentro el agua completamente congelada. Aunque sentía mucha sed, lo menos que quería era seguir helándome. Me olvido del líquido y me como un chocolate. Con solo una mirada invito a mi compañero a seguir. Todavía nos queda una larga jornada por delante.
Continuamos otras 5 agotadoras horas. La cumbre se escondía tras la otra loma. Era eterno, interminable.
Exhaustos decidimos dejar mochilas y cuerda enterradas en una estaca de nieve para continuar sólo con nuestros piolets y crampones. Cualquier cosa tal de aligerar el peso.
Llevábamos ya más de 9 días escalando y nuestros cuerpos nos pasaban la cuenta.
Surcamos una grieta así no más, y continuamos subiendo.
Teníamos que lograrlo. Además, ya con tanto sacrificio, devolverse era algo absurdo.
A la 1 de la tarde La montaña por fin cedió.
Arribamos a una enorme planicie helada. Carlos con sus ojos llorosos de emoción y su barba congelada a medio tapar con el pasamontañas me dice. “Vamos, no paremos, todavía nos queda. Allá está la cumbre”.
Eran las 13:45 horas y lográbamos arribar al punto más alto de Bolivia, la cumbre del gran Volcán Sajama (6.539 m).
Habíamos ascendido por el día, desde el campamento base a 4.500 metros. Desde la partida (2 AM) y después de 12 horas de marcha y superados más de 2 mil metros de desnivel, figurábamos absolutamente destruidos, pero éramos felices.
“Sajama por el día” me dice mi compañero. “Sajama por el día, respondo yo”. Nos dimos un fuerte abrazo y me tiro al suelo de hielo para intentar descansar. Unas fotos y de vuelta a la carpa, 2.000 metros más abajo.
Ese día de julio de 1999, habíamos logrado la tercera cumbre boliviana en 9 días consecutivos.
4 días antes estuvimos parados en la cumbre del Illimani (6.462 m), la cumbre más alta de la Cordillera Real frente a La Paz, en un ataque relámpago de 2 días round trip desde esa ciudad y hasta su cumbre.
Habíamos sido fuertes y rápidos, más de lo que alguna vez pensamos. Días atrás también habíamos conquistado nuestra primera cumbre, el Condoriri (5.648 m), un hermoso monte de hielo y un filo expuesto que asemeja la forma de un cóndor.
Ahora nuestra mente soñaba con montañas de otras latitudes, mucho más lejanas, mucho más desafiantes.
Nuestra pasión por ellas nos hacían divagar entre los hielos y nubes para conectarnos con los riscos y pendientes más altos del mundo. Bolivia era sólo una escala en este viaje de sueños.
El próximo verano sería Aconcagua, luego la Cordillera Blanca del Perú.
Y si los astros se alinean, el Makalu en Nepal para el 2001. Era allá donde apuntaban nuestros deseos y pensamientos. La quinta montaña más alta del planeta, una enorme mole de roca y hielo de 8.463 metros de altitud.
Rodrigo Echeverría B.
Pd: Dedicado a mi gran amigo y compañero de aventuras Carlos Bascou B. principal promotor y jefe de la Expedición “Makalu – Chile 2001”
Fotografías: Colección R. Echeverría