Todo comenzó un domingo de noviembre con una terrible caída en mountain bike y a la clínica de urgencia. Esa noche, frente a frente con el doctor, tomé conciencia que estaba ad portas de una expedición al Himalaya. Tomé conciencia que venía una operación a la clavícula. Tome conciencia que iba a tardar meses en recuperarme y quizás me viaje ya estaba al límite.
Será duro, me dije. Muy duro.
Y fue durísimo. Por que cuando uno decide enfrentarse a una montaña de más de 8 mil metros la palabra fácil no existe. Y uno se juega la vida en estos cerros pues te exigen el máximo y más aún. Y yo con este hándicap en contra, perdiendo 2 meses de valioso entrenamiento, no pudiendo ponerme una mochila en tres meses, estaba al límite. No sabía si alcanzaría a estar preparado para el Cho Oyu 2012.
Y lo que plantee desde un principio fue que la Expedición al Cho Oyu 2012 sería mi “renovación de votos”, que tal como expliqué en uno de los primeros blog de la expedición, a principios de abril, cuando describí mi peregrinación al Swayambunath en Katmandú, viendo los ojos de buda impresos en la Stupa más importante de Nepal, rememoré todos y cada momento de mi primera expedición al Himalaya el 2001, cuando en esa ocasión enfrente junto a un grupo de amigos, al Makalu (8.463 metros), la quinta montaña más alta del mundo.
Y me reencontré con esa experiencia y con lo que ella significó para mí, la que marcó mi vida para siempre y significó un antes y un después. Y también marcó lo que vendría, los momentos difíciles que siguieron a esta expedición y también la opción de emprender. Estas difíciles circunstancias finalmente hicieron nacer a Makalu Consultores, la empresa que fundé y está representada con esos mismos ojos de buda.
Pero esta vez sería distinto.
Sería una expedición de sólo 2 escaladores, quizás muy pocos para una montaña tan grande y tan alta como el Cho Oyu (8.201 metros), la Diosa Turquesa. Pero me gustaba este estilo. Estaba bien. Más livianos, más comprometidos, sin oxígeno y sin sherpas. Un montañismo más limpio, donde la montaña la sientes al máximo, y la también te exprime al máximo, hasta tu límite o quizás más allá de tu límite.
Y así me reencontré con la montaña de mis sueños. La montaña que te hace vivir los momentos más duros y las emociones más profundas. Aquellos memorables. Aquellos que atesoras y recuerdas el resto de tu vida. Y que te ayudan a entender el valor de tantas cosas.
Y con ella o en ella libras la intensa lucha de la vida, la lucha para lograr la cumbre.
Y en esa misma lucha, en las grandes y exigentes alturas del Himalaya, entiendes que la meta finalmente no es la cumbre, sino la meta la recorres durante todo el camino hacia ella.
Y ya de vuelta, luego de dos meses extenuantes, que vienes exprimido al máximo, viene el reencuentro con la otra vida, la vida de los seres queridos que tanto se extrañan allá arriba. Y entonces comienzas de a poco a decantar esta locura, esta gran locura…
Rodrigo Echeverría B.